domingo, 28 de noviembre de 2010

PROMESAS, ESPERANZAS Y PRENDAS DE AMOR Parroquia Ntra. Sra. de Los Arroyos (Editorial)

" La esperanza" -dicen- "es lo último que se pierde". Pero lo dicen quienes nunca han tenido esperanza. Mientras pronuncian esas palabras, sus rostros miran al suelo, quizá buscando -precisamente- la esperanza perdida. "La esperanza es lo último que se pierde"... Es la frase de los derrotados.

Poco tiene que ver esa caricatura con la esperanza cristiana, sol del Adviento que todo lo ilumina durante cuatro semanas. Apagad ese sol, y no sé si la vida merece ser vivida; eliminad a Dios de la existencia, y, de repente, todo se cubre de sombras.

... Sombras.... ¡Las hay! El mundo está lleno de sombras, de crímenes, de mentiras, de abortos, de asesinatos, de infidelidades, de ambiciones necias, de injusticias... ¿Por qué negarlo? ¿No están también nuestras almas plagadas de miserias, de limitaciones, de traiciones y de pecados? El optimismo cristiano no supone negar la realidad; sería una estupidez. Existen las sombras, y existen -¡Vaya si existen!- multitud de sufrimientos. Para muchos hombres, la vida es un gran sufrimiento con algunos momentos de gozo. Lo sé; conozco a esos hombres.

Es, precisamente, en medio de ese panorama, donde Dios ha querido volcar su promesa, que es la gran protagonista del Adviento. En ese preciso instante en que Dios abre sus labios y pronuncia su Palabra sobre el Valle de las Sombras, todo cambia de signo y las tinieblas se llenan de luz. La vida misma adquiere un nuevo significado: como Abrahán, vivimos en busca de una promesa, y esa promesa -¡Adviento!- ha salido ya a nuestro encuentro. En alguna parte del camino, nos reuniremos. Y, entre tanto, nos hemos llenado de júbilo. ¡Dios es fiel!

¿Qué nos ha prometido Dios, para convertir nuestras vidas en una maravillosa carrera llena de esperanza? ¿Qué le hacía decir a San Pablo: "Olvidando lo que dejo atrás, me lanzo hacia lo que está por delante, por si consigo alcanzarlo" (Flp 3, 13- 14a) ?

Aclaremos, primero, lo que Dios no ha prometido: Dios no ha prometido una vida sin dolor. Se engañan quienes esperan encontrar en la religión un refugio frente a los sufrimientos de este mundo, porque Dios no va a ahorrarnos ni una sola lágrima. Cuando tantas personas se desconciertan al encontrarse con la Cruz, hay que recordarles que, en la vida del cristiano, la Cruz es Templo y lugar de oración. Una religión cuya única finalidad fuera esquivar los males de este mundo no sería sino superstición. La promesa de Dios tiene un calado mucho mayor.

Dios nos ha prometido que triunfará el Bien. Después de la guerra vendrá la paz, y, tras el combate, vendrá la victoria. Esa victoria sólo será plena cuando Jesús vuelva a instaurar su Reino, pero ese Reino está muy cerca ya. ¡Ven, Señor Jesús! Dios nos ha prometido que nos otorgará lo que le pedimos, si lo que le pedimos es bueno. ¡Tantas oraciones desgranadas por la conversión de tantos pecadores, por la salvación de tantas almas, por la liberación de tanta violencia! Todo, todo ello será escuchado. ¡Ven, Señor Jesús! Dios nos ha prometido que nos hará santos. ¡Santos, sí, santos! A nosotros, unos pobres pecadores que apenas podemos librarnos de las mil tentaciones de cada día, nos llenará de su Espíritu y nos santificará. No será, desde luego, obra nuestra, sino de su Infinita Misericordia, a la que abriremos las puertas, como María, con nuestro "sí". ¡Ven, Señor Jesús! ¿Cuándo? ¿Cuándo cumplirá Dios su promesa? Pronto, muy pronto. Y debemos entender el misterioso significado de esa palabra -"pronto"- cuando va referida a Dios. Los "prontos" de Dios no son los nuestros. Él tiene sus "prontos", y nosotros nuestros "tardes". Deberemos, en Adviento, amoldar nuestra vida a los "prontos" de Dios, para vivir con las prisas con que han vivido los santos: "La caridad de Cristo nos urge" (2Cor 5, 14).

Entretanto, tenemos las prendas de su Amor, el anticipo de esa promesa que está a punto de cumplirse: tenemos la Cruz, Prenda bañada en Sangre del Amor con que nos ama. Tenemos su Palabra, su dulce Palabra que anima nuestra espera cada día. Y tenemos, sobre todo, la Eucaristía, la mayor prenda de Amor que un Dios apasionado por los hombres ha podido dejarnos en la Tierra. Abracemos fuertemente estas tres prendas, mientras, guiados por la Virgen, corremos al encuentro de un Dios que cumplirá lo prometido. Que pueda Isabel pronunciar sobre nosotros las palabras que le dijo a la Madre de Dios: "¡Dichosa tú, la que has creído, porque lo que te ha prometido el Señor se cumplirá!" (Lc 1, 45). ¡Ven, Señor Jesús!

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