domingo, 28 de noviembre de 2010

Como el Ave Fénix

Mateo 24, 37-44. Primer Domingo de Adviento. Hoy iniciamos el período del adviento. Un tiempo de espera y de esperanza.

Como el Ave Fénix
Mateo 24, 37-44


Como en los días de Noé, así será la venida del Hijo del hombre. Porque como en los días que precedieron al diluvio, comían, bebían, tomaban mujer o marido, hasta el día en que entró Noé en el arca, y no se dieron cuenta hasta que vino el diluvio y los arrastró a todos, así será también la venida del Hijo del hombre. Entonces, estarán dos en el campo: uno es tomado, el otro dejado; dos mujeres moliendo en el molino: una es tomada, la otra dejada. "Velad, pues, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. Entendedlo bien: si el dueño de casa supiese a qué hora de la noche iba a venir el ladrón, estaría en vela y no permitiría que le horadasen su casa. Por eso, también vosotros estad preparados, porque en el momento que no penséis, vendrá el Hijo del hombre.


Reflexión


Entre las múltiples leyendas de la mitología griega, nos ha sido transmitida la del ave Fénix. Después de haber sido sacrificada, esta águila real, por una especial concesión de los dioses, fue capaz de rehacerse desde sus propias cenizas y recibir el don de la inmortalidad. Desde entonces, esta ave Fénix es símbolo de esperanza y de resurrección a una vida nueva, a pesar de los fracasos más rotundos de la existencia humana.

Es curioso que los griegos hayan imaginado también esta leyenda, ya que su concepción de la vida era, más bien, un tanto trágica y pesimista. Sin embargo, gracias al cielo, nunca han faltado espíritus positivos en todas las culturas, ya que en el corazón del hombre anida un anhelo infinito de eternidad, y le es imposible vivir sin esperanza. Se asfixiaría.

Hace ya tiempo escuché en la predicación de un santo sacerdote esta sentencia: “a medida que avanzamos por la vida, tenemos mayor necesidad de vivir con más esperanza”. He de confesar que esas palabras me impresionaron, aunque tal vez no tenía por entonces muchas experiencias personales que ratificaran esa afirmación. A la vuelta de varios años –aunque todavía soy joven— me he dado cuenta de esta profunda verdad.

No hay ninguna persona en este mundo sin sufrimiento. Pero cuando uno, como sacerdote, puede acercarse al mundo de las almas y penetrar en el fondo de su corazón, se da cuenta de la inmensidad de los sufrimientos físicos, morales y espirituales que afligen hoy a tantos seres humanos. Y creo que nadie como el sacerdote está mejor dotado para comprender y compartir esos sufrimientos. Porque el sacerdote no es sólo una persona con un gran sentido de humanidad; Dios ha querido colocarlo como un puente entre Él y los hombres para llevarlos a Él. Por eso, es capaz de amar de un modo puro, generoso y desinteresado a sus semejantes, de sentir una profunda simpatía por ellos, de compadecerse de sus dolores, y tratar de tenderles una mano y ayudarles en sus necesidades espirituales. Yo no sé si ésta será la experiencia de todos. Yo hablo por mí mismo y de mi propia experiencia.

Hoy iniciamos el período del adviento. Y el adviento es, ante todo, un tiempo de espera y de esperanza. No es la misma cosa, aunque exista entre ellos un gran parentesco. Se puede esperar algo o a alguien, y no necesariamente tener la virtud de la esperanza cristiana. Ésta nace de una fe en Dios muy intensa, profunda y verdadera, que nos lleva a confiar ciegamente en su gracia, en su poder, y a esperar con certeza plena en el cumplimiento de todas sus promesas.

¿Cuáles promesas? Las que nos ha revelado en la Sagrada Escritura y a través de nuestra santa madre, la Iglesia. Es decir, aquellas verdades que confesamos en nuestra fe y que se hallan contenidas en el credo. Pero, además, todo aquello que nuestro Señor Jesucristo nos prometió en el santo Evangelio y en lo que Dios nos transmitió por boca de sus profetas.

Entre ellos, Isaías es el gran cantor de la esperanza, el profeta de la esperanza mesiánica por antonomasia. Y, aunque Isaías profetizó varios siglos antes de la llegada del Mesías, sus promesas son siempre actuales y perennes, pues llevan el sello de la eternidad de Dios.

Hoy la Iglesia nos ofrece estas maravillosas palabras: “En días futuros, el monte de la casa del Señor será elevado en la cima de los montes, encumbrado sobre las montañas y hacia él confluirán todas las naciones. Acudirán pueblos numerosos, que dirán: ‘Venid, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob, para que Él nos instruya en sus caminos y podamos marchar por sus sendas. Porque de Sión saldrá la ley; de Jerusalén, la palabra del Señor’... Él será el árbitro de las naciones y el juez de pueblos numerosos. De las espadas forjarán arados y de las lanzas, podaderas; ya no alzará la espada pueblo contra pueblo, ya no se adiestrarán para la guerra. ¡Venid, marchemos, caminemos a la luz del Señor!”.

Son palabras que se refieren a la llegada del Mesías. Pero, al mismo tiempo, promesas que están siempre en espera de un cumplimiento definitivo. Con el nacimiento de Jesús en Belén, Dios cumplió su promesa. Pero aún no hemos llegado a esa bendita edad de oro anunciada por el profeta. Es la paz que anhela profundamente nuestro corazón y por la que suspira todo nuestro ser. Es la paz que poseeremos plenamente en la vida futura, en donde “ya no habrá hambre, ni sed, ni caerá sobre ellos el sol ni calor alguno porque el Cordero, que está en medio del trono, los apacentará y los guiará hasta las fuentes de las aguas de la vida, y Dios enjugará toda lágrima de sus ojos” (Ap 7, 16-17).

A esa paz llegaremos al final de los tiempos, cuando Dios “cree unos cielos nuevos y una tierra nueva, y ya no se recuerde lo pasado...”. Entonces nos gozaremos en “un gozo y alegría eternas” ante lo que Dios va a crear para nosotros (Is 65, 17ss).

Pero, para llegar a esa paz y a esa dicha bienaventurada, tenemos que preparar ya desde ahora nuestro corazón y tratar de vivir con el corazón en el cielo. Y con los pies sobre la tierra. Nuestro Redentor está para llegar esta Navidad, y necesitamos preparar nuestra alma para su próxima venida.

Hemos de disponer nuestros corazones con la oración y la vigilancia –como nos recomienda hoy el Señor en el Evangelio— para poder vivir dignamente, en estado de gracia y en amistad con Él. Fue éste mismo el consejo que nos dejó antes de su Pasión: “Vigilad y orad para que no caigáis en tentación, pues el espíritu está pronto, pero la carne es flaca” (Mt 26, 41).

Si vivimos así, nuestra esperanza no será un idealismo utópico, sino una actitud existencial realista y un comportamiento cristiano personal y exigente. Así podremos prepararnos dignamente para la doble venida del Señor: en el tiempo y en la eternidad.

Y entonces seremos mucho más que un ave Fénix. Seremos como ángeles y gozaremos de la compañía de Dios, dichosos y felices por los siglos de los siglos.
Autor: P. Sergio Córdova LC | Fuente: Catholic.net
Como el Ave Fénix

PROMESAS, ESPERANZAS Y PRENDAS DE AMOR Parroquia Ntra. Sra. de Los Arroyos (Editorial)

" La esperanza" -dicen- "es lo último que se pierde". Pero lo dicen quienes nunca han tenido esperanza. Mientras pronuncian esas palabras, sus rostros miran al suelo, quizá buscando -precisamente- la esperanza perdida. "La esperanza es lo último que se pierde"... Es la frase de los derrotados.

Poco tiene que ver esa caricatura con la esperanza cristiana, sol del Adviento que todo lo ilumina durante cuatro semanas. Apagad ese sol, y no sé si la vida merece ser vivida; eliminad a Dios de la existencia, y, de repente, todo se cubre de sombras.

... Sombras.... ¡Las hay! El mundo está lleno de sombras, de crímenes, de mentiras, de abortos, de asesinatos, de infidelidades, de ambiciones necias, de injusticias... ¿Por qué negarlo? ¿No están también nuestras almas plagadas de miserias, de limitaciones, de traiciones y de pecados? El optimismo cristiano no supone negar la realidad; sería una estupidez. Existen las sombras, y existen -¡Vaya si existen!- multitud de sufrimientos. Para muchos hombres, la vida es un gran sufrimiento con algunos momentos de gozo. Lo sé; conozco a esos hombres.

Es, precisamente, en medio de ese panorama, donde Dios ha querido volcar su promesa, que es la gran protagonista del Adviento. En ese preciso instante en que Dios abre sus labios y pronuncia su Palabra sobre el Valle de las Sombras, todo cambia de signo y las tinieblas se llenan de luz. La vida misma adquiere un nuevo significado: como Abrahán, vivimos en busca de una promesa, y esa promesa -¡Adviento!- ha salido ya a nuestro encuentro. En alguna parte del camino, nos reuniremos. Y, entre tanto, nos hemos llenado de júbilo. ¡Dios es fiel!

¿Qué nos ha prometido Dios, para convertir nuestras vidas en una maravillosa carrera llena de esperanza? ¿Qué le hacía decir a San Pablo: "Olvidando lo que dejo atrás, me lanzo hacia lo que está por delante, por si consigo alcanzarlo" (Flp 3, 13- 14a) ?

Aclaremos, primero, lo que Dios no ha prometido: Dios no ha prometido una vida sin dolor. Se engañan quienes esperan encontrar en la religión un refugio frente a los sufrimientos de este mundo, porque Dios no va a ahorrarnos ni una sola lágrima. Cuando tantas personas se desconciertan al encontrarse con la Cruz, hay que recordarles que, en la vida del cristiano, la Cruz es Templo y lugar de oración. Una religión cuya única finalidad fuera esquivar los males de este mundo no sería sino superstición. La promesa de Dios tiene un calado mucho mayor.

Dios nos ha prometido que triunfará el Bien. Después de la guerra vendrá la paz, y, tras el combate, vendrá la victoria. Esa victoria sólo será plena cuando Jesús vuelva a instaurar su Reino, pero ese Reino está muy cerca ya. ¡Ven, Señor Jesús! Dios nos ha prometido que nos otorgará lo que le pedimos, si lo que le pedimos es bueno. ¡Tantas oraciones desgranadas por la conversión de tantos pecadores, por la salvación de tantas almas, por la liberación de tanta violencia! Todo, todo ello será escuchado. ¡Ven, Señor Jesús! Dios nos ha prometido que nos hará santos. ¡Santos, sí, santos! A nosotros, unos pobres pecadores que apenas podemos librarnos de las mil tentaciones de cada día, nos llenará de su Espíritu y nos santificará. No será, desde luego, obra nuestra, sino de su Infinita Misericordia, a la que abriremos las puertas, como María, con nuestro "sí". ¡Ven, Señor Jesús! ¿Cuándo? ¿Cuándo cumplirá Dios su promesa? Pronto, muy pronto. Y debemos entender el misterioso significado de esa palabra -"pronto"- cuando va referida a Dios. Los "prontos" de Dios no son los nuestros. Él tiene sus "prontos", y nosotros nuestros "tardes". Deberemos, en Adviento, amoldar nuestra vida a los "prontos" de Dios, para vivir con las prisas con que han vivido los santos: "La caridad de Cristo nos urge" (2Cor 5, 14).

Entretanto, tenemos las prendas de su Amor, el anticipo de esa promesa que está a punto de cumplirse: tenemos la Cruz, Prenda bañada en Sangre del Amor con que nos ama. Tenemos su Palabra, su dulce Palabra que anima nuestra espera cada día. Y tenemos, sobre todo, la Eucaristía, la mayor prenda de Amor que un Dios apasionado por los hombres ha podido dejarnos en la Tierra. Abracemos fuertemente estas tres prendas, mientras, guiados por la Virgen, corremos al encuentro de un Dios que cumplirá lo prometido. Que pueda Isabel pronunciar sobre nosotros las palabras que le dijo a la Madre de Dios: "¡Dichosa tú, la que has creído, porque lo que te ha prometido el Señor se cumplirá!" (Lc 1, 45). ¡Ven, Señor Jesús!

sábado, 27 de noviembre de 2010

NUESTRA SEÑORA DEL ROSARIO

PREIDIMIENTO 2010 CARRERA OFICIAL

PRENDIMIENTO LINARES 2010 CARRERA OFICIAL 2

PRENDIMIENTO CARRERA OFICIAL LINARES 2010 1º

MENSAJE DEL SANTO PADRE A LOS COMUNICADORES

El Papa insta a los comunicadores a presentar las razones de la fe
“La verdad, de la que el hombre está sediento, es una persona: el Señor Jesús”

CIUDAD DEL VATICANO, viernes 26 de noviembre de 2010 (ZENIT.org).- Benedicto XVI exhortó a los comunicadores católicos a servir a la verdad, presentando las razones de la fe y ayudando a interpretar la realidad desde el punto de vista evangélico.

Lo hizo al recibir en audiencia a los participantes en la Asamblea de la Federación Italiana de Semanarios Católicos (FISC), este viernes en la Sala Clementina del Palacio Apostólico.

“La verdad, de la que el hombre está sediento, es una persona: el Señor Jesús -explicó-. En el encuentro con esta Verdad, en conocerla y amarla, encontramos la verdadera paz, la verdadera felicidad”.

“La misión de la Iglesia consiste en crear las condiciones para que se realice este encuentro del hombre con Cristo”, destacó.

Dirigiéndose a los directores y colaboradores de las 188 cabeceras periodísticas católicas representadas en la FISC, indicó que “colaborando en esta tarea, los órganos de información están llamados a servir con valor a la verdad, para ayudar a la opinión pública a mirar y a leer la realidad desde un punto de vista evangélico”.

“Se trata de presentar las razones de la fe, que, en cuanto tales, van más allá de cualquier visión ideológica y tienen pleno derecho de ciudadanía en el debate público”, explicó.

Y añadió: “De esta exigencia nace vuestro compromiso constante de dar voz a un punto de vista que refleje el pensamiento católico en todas las cuestiones éticas y sociales”.

Reto cultural

“Sabéis bien que, en el contexto de la postmodernidad en el que vivimos, uno de los retos culturales más importantes implica el modo de entender la verdad”, dijo a los representantes de medios católicos, entre ellos muchas publicaciones diocesanas.

“La cultura dominante, la más difundida en el areópago mediático, se coloca, respecto a la verdad, con una actitud escéptica y relativista, considerándola igual que las simples opiniones y considerando, en consecuencia, como posibles y legítimas muchas 'verdades'”, prosiguió.

“Pero el deseo que hay en el corazón del hombre atestigua la imposibilidad de contentarse con verdades parciales”, constató.

Benedicto XVI indicó que la función peculiar de los periódicos de inspiración católica es “anunciar la Buena Nueva a través de la narración de los hechos concretos que viven las comunidades cristianas y de las situaciones reales en las que se insertan”.

Y propuso una comparación evangélica: “Como una pequeña cantidad de levadura, mezclado con la harina, hace fermentar toda la masa, así la Iglesia, presente en la sociedad, hace crecer y madurar lo que en ella hay de verdadero, de bueno y de bello”.

“Vosotros tenéis la tarea de dar cuenta de esta presencia, que promueve y fortifica lo que es auténticamente humano y que lleva al hombre de hoy el mensaje de verdad y de esperanza del Señor Jesús”, dijo el Papa a los periodistas y representantes de medios de comunicación presentes.

El Pontífice les exhortó “a proseguir en vuestro servicio de informar sobre las vicisitudes que marcan el camino delas comunidades, sobre su vida cotidiana, sobre las muchas iniciativas caritativas y benéficas que estas promueven”.

“Seguid siendo periódicos de la gente, que intenten favorecer un diálogo auténtico entre los diversos componentes sociales, palestras de confrontación y de debate leal entre opiniones distintas”, les pidió.

Y aseguró que así, “los periódicos católicos, mientras llevan a cabo la importante tarea de informar, realizan, al mismo tiempo, una insustituible función formativa, promoviendo una inteligencia evangélica de la realidad compleja, como también la educación de conciencias críticas y cristianas”.

“Con ello respondéis” al “desafío educativo, la necesidad de dar al pueblo cristiano una formación sólida y robusta”, destacó.

¿Cómo llevar la Verdad?

Benedicto XVI quiso explicar también a los comunicadores presentes que “para llevar a término vuestra importante tarea, debéis ante todo cultivar un vínculo constante y profundo con Cristo”.

“¡Sólo la comunión profunda con Él os hará capaces de llevar al hombre de hoy el anuncio de la Salvación!”, exclamó.

En este sentido, deseó que “en la laboriosidad y en la dedicación a vuestro trabajo sepáis dar testimonio de vuestra fe” y exhortó: “Seguid manteniéndoos en la comunión eclesial con vuestros pastores”.

Con la asamblea de la FISC, los directores y colaboradores de las cabeceras católicas manifiestan su fidelidad a la Iglesia y a su magisterio, según el Papa, que aprovechó para agradecer a la Federación su apoyo a la colecta del Óbolo de San Pedro y a las iniciativas benéficas promovidas y sostenidas por la Santa Sede.

La Federación Italiana de Semanarios Católicos reúne a los semanarios diocesanos y a los diversos órganos de prensa de inspiración católica de toda la península italiana.

Surgió en 1966 para responder a la exigencia de desarrollar sinergias y colaboraciones, dirigidas a favorecer la preciosa tarea de dar a conocer la vida, la actividad y la enseñanza de la Iglesia, recordó hoy el Papa.

Creando canales de comunicación entre los diversos órganos de la prensa local, diseminados por toda Italia, se quiso responder a la exigencia de promover la colaboración y de dar una cierta estructura a los diversos potenciales intelectuales y creativos, precisamente para aumentar la eficacia y la penetración del anuncio del mensaje evangélico.